Yo cuidaba de él, había sido la elegida, su
elegida, su última. Esa que con amor cuidaría de él en el momento más frágil de
la fugaz, pero intensa vida. Esa, que con amor lo acompañaría a transitar por
el dolor de aquello que sólo podemos intuir por unos pocos segundos.
Fiel a mi ser deseante, descuidé de él. Me
necesitaba, y yo distraída con la brisas del mundo. Reprochó y
escuché, pero no he callado: le conté sobre mis distracciones, de mis movimientos
constantes, también de mi profundo amor, y las inmensas ganas de ser su
compañera de viaje, su compañera del último viaje.
Me senté
sobre sus piernas.
“Que tu
boca calle y me dejes cuidar de ti, ese es mi deseo hoy. Puedo cuidarte, quiero hacerlo”, dije.
Quedará
para después el pensar (nuevamente) si ese es el lugar que quiero. Hasta
tal vez, si es el verdadero lugar, que bajo engañosas palabras, me ha pedido. Hasta
tal vez, si ese lugar es inmóvil o cambiante, mutando a medida que armemos
caminos.
Mientras tanto te disfruto, me disfruto así.
Mientras tanto te disfruto, me disfruto así.
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