martes, 8 de noviembre de 2011

El carnaval que no sentí.


 Era carnaval, pero no todo era feliz.
 Llegaba a mi casa, -eso creo, no lo recuerdo ahora- era una casa antigua, de techos altos y ventanas grandes de madera. El ventanal enorme del cuarto principal, en el piso de arriba, se encontraba abierto de par en par dejando entrar y sentír el calor de afuera, el bullicio de los pasantes, de los que sí festejaban. Era el festejo lo que me hacia estar molesta, estaba en mi casa, cansada, recién llegada después de un día de calor, y encima tenía que soportar el festejo de otras personas, el festejo sin verguenza se metía por el ventanal y mi privacidad se esfumaba;  me irritaba mucho (eso sí lo recuerdo).
 Ingreso de lleno a la habitación principal del piso de arriba, que no era la mía (no sé si era mi casa, repito), y puede ver cómo frente al ventanal agonizaba una señora viejita, una señora que sufría mucho, daba sus últimos respiros, no estaba ni sentada, ni recostada en una cama. Había una especie de mesa en la que se tendía, mis ojos se desorbitaron de impotencia, de ver la muerte de la abuelita y no saber que hacer, si es que había algo por hacer.


Muere. Muere por unos minutos y tras una bocanada de aire vuelve a la vida. Vuelve sin dolor, sin sufrimiento (¿cómo puede ser? ¿Vuelve a la vida?). Volvió con una sonrisa, y eso me alegró. Me giré para seguir mi rumbo a otra parte de la casa, el hecho de verla sonriendo me habia dejado tranquila como para seguir mi camino, pero lo inesperado se reflejó en mis ojos otra vez desorbitados. Era como una pesadilla, o mejor dicho, un gran sueño. En la misma habitación se hallaba un cajón fúnebre, de madera, marrón oscura, barnizado, de lujo. No tenia tapa, o tal vez andaba tirada por ahí. Su interior lleno y vacío. Un hombre salía de él, como quien se levanta de la cama después de una siesta y no de la muerte. Se ató su cinturón  marrón del que colgaban un manojo de llaves, algo que ya era  era costumbre en él (sí, lo conocía), pero ese día, aquello que lo caracterizaba era una sonrisa en la cara.


Mi estado, aunque no importase, era el de estar estupefacta pero con un aire de tranquilidad, también de molestia....ese carnaval, esas voces charlatanas, esos tambores….y yo que me pensaba de luto mientras la gente nacía.





1 comentario:

  1. y yo que me pensaba de luto mientras la gente nacía...
    Volver a la vida, vaya cosa loca.. -La Pacha (sigo sin poder loguearme)

    ResponderEliminar